„EL SILENCIO ES FATAL”

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SANDRA PALESTRO CONTRERAS
es socióloga, activista feminista y desde 10 años forma parte de la Coordinación Nacional de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres. (Foto: Alea Rentmeister)


¿En qué sentido la violencia político-sexual forma parte de la violencia patriarcal?
Nosotras en la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres siempre intentamos conectar las distintas manifestaciones de la violencia patriarcal, porque la violencia político-sexual no es distinta a la violencia cotidiana que otros hombres ejercen sobre las mujeres sin ser agentes del Estado. Es el mismo patrón misógino y de ejercicio de poder de los hombres sobre las mujeres.

¿Por qué el sistema patriarcal castiga la participación política de las mujeres a través de su sexualidad, su cuerpo?
Según los estudios destruye la intimidad de las mujeres. Y por otra parte es como un mensaje, lo que dicen los estudios, es un castigo para los hombres de ese grupo al que pertenecen las mujeres. En las guerras, las mujeres son tratadas como un botín. Por experiencia propia podría decir que te hace perder tu intimidad. Porque incluso los golpes brutales con el tiempo van difumándose, van perdiéndose. Pero la agresión sexual, te queda. Te permanece en tu recuerdo toda la vida. Debe ser porque es algo muy íntimo y algo sobre que supuestamente las personas queremos tener el control, que sea sólo nuestro, y yo decido.

Es una agresión que tú en ningún momento permitirías si no fuera por el poder encima, porque es brutal, porque te amenazan. Y en el caso de la violencia política-sexual, una está vendada, con una venda en los ojos, y desnuda. Entonces es la indefensión total. Es justamente el arma que usan en estas detenciones, en las guerras, en los conflictos armados, en todas partes. Es porque saben que es la agresión mayor que podemos vivir las mujeres.

Durante la dictadura usted fue detenida y vivió violencia político-sexual. ¿Cómo ha conseguido salir de la condición de víctima y seguir siendo luchadora y activista?
Eso fue muy difícil. Yo estuve presa un mes en el Estado Nacional en el octubre del 1973, muy luego después del golpe. Y eso fue brutal. La vida se divide en un antes y después y ya no puedes recuperarte. Son muchos años que se demora una en rearmarse un poco. Yo estuve 14 años sin contarle a nadie lo que había sucedido.

Y allí, derecho a la psiquiatra porque me empezaron síntomas corporales: algo me apretaba la cabeza, tenía insomnio. Estuve como 3 años en terapias y cuando logré desbloquear eso que mi cerebro no quería mostrarme, fue super importante. Allí empecé la etapa más de sobrevivencia.

Sin embargo, nunca renunció al activismo…
Durante todos estos 14 años yo ni siquiera me preocupé de mí misma, fue un activismo pero así feroz. Estuve 10 años en el exilio, volví justo en el 1983 con las protestas. Entonces me tocó esta etapa en que Chile estaba también despertando y me incorporé a esa lucha con todo. Recién después de 14 años, me di cuenta, que algo me estaba pasando a mí y entonces me di cuenta que todo este activismo hasta el cansancio había sido para justamente no pensar. También comprendí que si yo no seguía en ese activismo, en esa pelea, allí sí me iban a derrotar.

Entonces, pese al miedo y todas las cosas, seguí peleando aquí en Chile. Volví a caer presa de nuevo en el ‘85 en una manifestación callejera. Allí sentí el miedo pero fue distinto, no fue tan brutal. Caí presa muchas veces en las manifestaciones, pero ya no sentía miedo porque algo había cambiado, no era lo mismo que al comienzo de la dictadura. Recién 30 años del golpe, cuando yo vi en el informe Valech los testimonios de las mujeres, allí recién yo dije, esto nos pasó a todas. Lo tremendo de eso fue el silencio de las mujeres durante tantos años sobre lo que había sucedido.

¿De dónde proviene este silencio?
Las mujeres no contamos. Hay mujeres, presas en tiempo de dictadura, amigas mías, que nunca han contado lo que les pasó. Eso yo creo que tiene mucho que ver con toda esta socialización de las mujeres en una cultura androcéntrica. Nosotras siempre nos postergamos. Yo lo sentí tan patente cuando vi lo del informe Valech, muchas pensábamos lo que a nosotras nos había sucedido era menos que los detenidos desaparecidos y los ejecutados. Entonces, nunca hablamos de la tortura porque eso era peor.

Y después también es la socialización en la maternidad, en el cuidado de los otros, cuidar a los hijos, a los sobrinos, a todos, de que no sepan que exista esa crueldad, esta maldad. Entonces también es parte de esta cultura, de esta civilización patriarcal. Y si las mujeres no hablamos, y no vamos poniendo esto, entonces nada se mueve, queda oculto.

Y es tan difícil hablar, decirlo. Pero el silencio es fatal, en todos los sentidos. Tenemos que hablar, tenemos expresar lo que nos pasa. Porque no somos responsables. Es otro él que es responsable. No tenemos que sentir ni culpa ni vergüenza y así vamos aireando nuestros mundos y lo vamos compartiendo, vamos reflexionando con los demás. Y en eso también escuchan las niñas y los niños, los que están en nuestro entorno y van formándose de otra manera, no en el silencio sino en la expresividad, en la denuncia, en el buscar afirmarse de manera de terminar con eso.

¿Siente que es importante vincular la memoria de la violencia político-sexual que pasó en dictadura con la lucha contra la violencia que ocurre hoy día?
Creo que es mejor pensar la violencia político-sexual como un continuo. Porque hay una tendencia a una comparación y entonces una tendencia de decir que ahora también estamos en dictadura. Pero me parece que ha cambiado tanto la sociedad, han pasado tantas cosas desde los tiempos de la dictadura hasta ahora. Fueron 17 años de una dictadura que no respetó nada, no había ni una institución funcionando. No había nada de representación popular. Incluso los recursos de amparo, que ponían los abogados eran desestimados por la corte suprema. No había defensa, nadie nos defendía.

Ahora tenemos la posibilidad de expresarnos, de denunciar, de exigir, existe el INDH (Instituto Nacional de Derechos Humanos), existen observadores internacionales. Existe también esta otra posibilidad de la tecnología, que tú puedes filmar algo y tienes una prueba. No son comparables las agresiones aún que sí tienen el mismo contenido, esto de adentrar a las mujeres que no les corresponde ese lugar público, ese lugar de denuncia y protesta. Que su lugar está en la casa, cuidando los niños.

¿ Usted forma parte de la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres. ¿Qué hacen la Red y otras organizaciones feministas para combatir esta violencia?
Estos últimas décadas, se ha visto un auge tremendo del feminismo. Ahora reciente en 2018, las tomas de las universidades que hicieron las mujeres solas como feministas, y después el 8 de marzo de 2019, eso fue a nivel de país sorprendente. Y ahora en las movilizaciones, lo que más se ve son los pañuelos feministas y las banderas mapuches.

Se va notando un cambio en la sociedad. Las mujeres ahora participan como mujeres, son feministas, participan en las manifestaciones y una sabe por qué pelea. Antes también lo sabíamos pero teníamos una condición que era secundarizada. Nos tomaban presas porque andaban buscando a nuestro papá o a los maridos. Aunque fuéramos también militantes no consideraban esa actuación de las mujeres.

En cambio, ahora, sí las mujeres participamos con esa conciencia de transformación de la sociedad. Esto es un cambio que hemos ido haciendo las mujeres feministas principalmente durante estos años. Si no podemos influir directamente en la institución de carabineros en este caso, si influimos en la sociedad entera, en la cultura.

El gobierno de Piñera reacciona a las protestas actuales nuevamente con represión y con violaciones a los derechos humanos. ¿Cómo usted ha vivido esto?
Fue bien impactante para mí los primeros días del estallido, sobre todo cuando sacaron a los militares a la calle. Sentí una preocupación terrible por las y los jóvenes, que no habían tenido esa experiencia anterior y son más temerarios  y se quedaban afuera con el toque de queda. Me daba miedo, que los militares los mataran.

Fueron bien duros esos días. Después, también ver esto tan sistemático de la violencia político-sexual y de la violencia en los ojos. Eso, otra vez? Se me venía a la mente esa crueldad, eso intencionado, tan cruel y consciente, porque no es casualidad. Y eso otra vez, me removió dentro eso que yo sentía en el estadio: la crueldad incomprensible y desconocida.  Nosotras éramos muy jóvenes, yo tenía 22 años. No conocíamos esa crueldad. Después, yo pensaba en todos estos años de democracia, como se ha tratado de difundir y de hablar y de tirar la consigna del “nunca más”.

Y ese nunca más me resonaba ahora. Otra vez esta crueldad, otra vez esta agresión. Eso, a una le va desesperanzado un poco. Es como la historia fuera circular. Pero también te sirve para seguir en la pelea intentando a reflexionar, a conversar a la raíz de la experiencia que una tiene.

¿Qué influencia tiene la violencia político-sexual en las protestas actuales?
A mí me produce cierta preocupación que en estos enfrentamientos como la violencia política-sexual y la mutilación de las personas, nosotros, los manifestantes, nos vamos apertrechando a una posición defensiva. Ha cambiado el foco, ya no se trata de nuestras demandas sociales como un mejor sistema de pensiones y de salud, una educación no sexista, nada de eso suena, solo los derechos humanos y las querellas y las denuncias. Entonces, vamos perdiendo.

Nosotros que éramos luchadores contra todo un sistema de abusos nos transformamos ahora en víctimas de esta represión y eso es muy preocupante. Es un conflicto en el que el gobierno va ganando terreno. Yo digo que las personas que han muerto y que han sido mutilados tienen que ser una inspiración para la lucha, para que conversemos estas ganas de seguir peleando por las causas que motivaron este estallido.

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