EL MERCADO ESTÁ LLENO, PERO POCOS COMPRAN

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Amoñonados a pesar de las regulaciones de cuarentena La gente en el mercado de Ruiz Pineda (Foto: John Mark Shorack)

Una señora con canas y arrugas en la cara está parada a la entrada del mercado y sobre su hombro carga una bolsa llena. Con tapaboca y guantes, ella vende una mezcla de cilantro y cebollín, comúnmente llamado “monte”. Es lo único que vende y “es muy buena alternativa a la cebolla,” explica. Ella, como muchxs otrxs, se tuvo que reinventar y ahora es vendedora de comida, uno de los pocos empleos que siguen funcionando durante la cuarentena. No acepta pago con tarjeta, solo efectivo. En sus palabras: la situación “está difícil, no hay mucho efectivo.”

El mercado de Ruíz Pineda, en el suroeste de la capital venezolana, está techado y tiene corredores angostos que desde temprano se llenan de clientes. Ya no hay control en las entradas y adentro se amontonan las personas. Después de siete semanas de cuarentena, las medidas preventivas, el distanciamiento social y el control sobre la aglomeración de personas, parecen estar olvidadas.

Después de siete semanas de cuarentena, las medidas preventivas están olvidadas

Desde mediados de marzo, Caracas junto con el resto del país está en cuarentena, sólo se puede salir a comprar comida o medicamentos. El gobierno también anunció la suspensión de vuelos internacionales, el uso obligatorio del tapaboca y la cancelación del día laboral, exceptuando trabajos relacionados con la provisión de alimentos, los servicios sanitarios y servicios de seguridad y transporte. En la calle, policía y Guardia Nacional controlan el uso de tapabocas y bloquean las salidas de las distintas zonas. Las escuelas también cerraron, manteniendo sus cocinas abiertas para ofrecer un almuerzo diario a ancianxs y estudiantes menores de 19 años. El primer día de la cuarentena, volvieron las filas de clientes a las tiendas de Ruiz Pineda mientras buscaban comprar con su recién llegado salario del 15 de marzo. “No puedes quedarte en tu casa, ¿cómo comes? Tienes que salir” dijo una señora en la fila de la panadería.

En la otra acera estaba Raúl Martínez, otro residente de la zona. “Aquí llega el agua dos días a la semana,” dijo. Para él lo primordial era tener “agua permanente”. Desde que comenzó la cuarentena, el mercado de Ruiz Pineda abre sólo medio día. Tiendas que los primeros días estaban cerradas, poco a poco abrieron vendiendo comida. Con clientes haciendo fila, vendían productos que durante el mes de marzo había suficiente en la capital, como comida seca, frutas y vegetales. Sin embargo, en relación con los salarios, la comida y los productos de primera necesidad estaban caros. Con un sueldo mínimo mensual, convertido sería un poco más de cinco dólares, se podía comprar un kilo de caraotas, un kilo de harina de maíz, un poco de queso y un paquete de papel higiénico.

Los precios de alimentos básicos aumentaron en dos meses  más de un 100 por ciento

Ya finalizando marzo, algunas restricciones de modo inoficial disminuyeron. Algunas personas que estaban comprando se agrupaban en espacios cerrados del mercado por la falta de control, más vendedores informales vendían en la calle y el uso de tapabocas en las zonas residenciales se volvió menos frecuente.

Antes del COVID-19, las sanciones internacionales y políticas ineficientes ya habían llevado el país a problemas de abastecimiento de agua, electricidad, hospitales en mal estado y déficits en casi cada aspecto del día a día venezolano. Con la pandemia, esta situación de emergencia sólo se ha profundizado más. Al declarar la cuarentena, el gobierno venezolano acudió a la Organización Mundial de la Salud (OMS) en búsqueda de apoyo y designó 46 hospitales para manejar el virus en todo el país. Las decisiones y movilizaciones fueron rápidas, sin embargo, desde el comienzo faltaron kits de prueba, maquinaria y uniformes de protección. Sin poder comprar estos materiales debido a las sanciones, el gobierno enfrentó la pandemia con ayuda humanitaria de países aliados como Cuba y China, quienes han traído equipos médicos, personal, medicina, uniformes y kits de prueba.

Juan Guaidó, quien se había autoproclamado presidente interino en enero 2019, dio un comunicado en el contexto de la pandemia el 28 de marzo por video en la red social Twitter. Llamó a la creación de un “Gobierno de Emergencia Nacional” para gobernar el país. Dos semanas más tarde anunció que “recuperó recursos de los venezolanos” y hará entrega por tres meses de $100 mensuales a trabajadores de la salud en el país. Según reportes de varios medios, el dinero proviene de la cuenta del Banco Central de Venezuela (BCV) en Citibank. El gobierno de Donald Trump autorizó su transferencia a una cuenta en la Reserva Federal de Nueva York. El BCV en comunicado oficial lo denominó un “vulgar despojo” de sus recursos. Por medio del pago Guaidó intentó permanecer presente en la política interna del país. Sin embargo, como las decisiones en el país en relación a la pandemia no se basan en sus decisiones, esto es difícil y su importancia en la oposición venezolana está disminuyendo.

Al mercado y de regreso, más nada Gente esperando con sus compras en la parada del autobús (Foto: John Mark Shorack)

El sábado 11 de abril la vicepresidenta Delcy Rodríguez, en anuncio televisado, prolongó la cuarentena por 30 días más. “Está aplanada la curva y debemos seguir en cuarentena,” dijo a todo el país. Confirmó 175 personas infectadas con el virus y, al mismo tiempo, anunció la llegada de 15 mil pruebas PCR que se sumaron a los materiales llegados en marzo. Una semana más tarde, al confirmar 52 casos nuevos dentro de sólo tres días colocaron al Estado de Nueva Esparta en toque de queda.

Caracas sufre no sólo bajo la pandemia, desde finales de marzo hay gran escasez de gasolina. “Es tipo San Cristóbal,” comenta un conductor de transporte público refiriéndose a la ciudad fronteriza con Colombia. Allá, como ahora en Caracas, es necesario esperar horas y muchas veces madrugar en busca de gasolina. Igual, muchas de las personas esperan sin lograr llenar su tanque de gasolina y deben volver otro día o esperar varios días. La escasez ocasiona disrupción en el transporte de alimentos y también en el transporte público de la ciudad.

Al mismo tiempo, los precios tanto del dólar como moneda paralela, como de la comida están incrementando. “Los precios están altísimos, pollo milanés está en 500 mil el kilo,” dijo la señora regresando a su casa cargando solo una bolsa de cambures. Eso corresponde a un poco más de un mes de salario mínimo. Entre comienzos de marzo y finales de abril los precios de alimentos básicos como huevos, queso y cambur aumentaron más que el doble.

El intento de golpe de Estado ha reducido aún más la credibilidad de Guaidó

En respuesta, el gobierno venezolano reguló el precio de 27 productos a partir del 1 de mayo, dentro de los cuales se incluyen huevos, queso y harina de maíz, e incrementó el salario mínimo un 60 por ciento. En la primera semana de la regulación, se lograron estabilizar temporalmente los precios, tanto del dólar como de la comida, pero la realidad es que aún con el incremento de los salarios, la comida sigue siendo demasiada costosa para muchxs. La mayoría de las personas compran verduras y frutas que se encuentran en temporada, como el cambur, el mango y la yuca, porque son lo más barato que se consigue. Para comida seca como caraotas o arroz muchos dependen de una caja mensual de comida proveída por el estado y de remesas del extranjero.

“La mayoría de la población venezolana sólo sobreviven gracias al sector informal y a las remesas del extranjero” dijo Atenea Jiménez, portavoz de la Red Nacional de Comunas en una entrevista con el periódico Green Left. La cuarentena “ha hecho la situación aún más difícil, la gente ya no puede salir cuando necesita hacer sus diligencias diarias en el sector informal o para recoger remesas”, continuó Jiménez. Asímismo, el ambiente en el mercado de Ruiz Pineda los últimos catorce días ha cambiado. El mercado sigue lleno, pero menos personas están comprando. “La gente no tiene más dinero,” explica el charcutero al preguntar por qué su puesto está vacío. Y el puesto de verduras tiene productos viejos. “Está muy difícil conseguir gasolina, no pudimos ir a comprar productos”, afirma.

El número de casos confirmados de coronavirus sigue aumentando lentamente, a mediados de Mayo se contaban más de 450 casos y 10 muertes. En comparación con otros países de América del Sur, Venezuela se encuentra en muy buena posición, con el menor número de casos por millón de habitantes. Da razón suficiente para que el gobierno se elogie a sí mismo, pero la decisión de continuar con las medidas de cuarentena – en un momento en el que otros países con un número significativamente mayor de infecciones están reduciendo las medidas – es difícil. Podría tener mayores consecuencias debido a la falta de combustible y podría ser visto como un intento de control social. A pesar de la cuarentena y de la conferencia de prensa diaria del gobierno, las papelerías, peluquerías y otras tiendas que deberían permanecer cerradas ya están abriendo en Ruiz Pineda y Caracas. El 12 de mayo, el Presidente Maduro anunció la continuación de las restricciones por otros 30 días.

El coronavirus en Venezuela se siente simplemente como otro problema más

En medio de la pandemia, tuvo lugar otro intento violento de golpe de Estado. En la mañana del 3 de mayo, el ministro de Interior Néstor Reverol anunció que una “invasión vía marítima” había sido frustrada. Hubo ocho muertos y dos arrestos. Esa misma noche, Jordan Goudreau, exsoldado estadounidense y Javier Nieto Quintero, excapitán de la Guardia Nacional venezolana, anunciaron la “Operación Gedeón” a través de un video. Tras nuevas detenciones de seis venezolanos y dos exsoldados estadounidenses en una segunda lancha al día siguiente, Goudreau publicó un supuesto contrato con Juan Guaidó. El objetivo del contrato, en donde aparece la firma de Guaidó como “Presidente de Venezuela”, como informó The Washington Post, era el “arresto y detención de Nicolás Maduro”. Guaidó niega su firma. Otro signatario confirmó el tratado publicado por CNN, pero como un “tratado preliminar”, agregando que las negociaciones se habían interrumpido en noviembre. Todo el incidente ha reducido aún más la credibilidad del autoproclamado presidente Guaidó. En los días siguientes, se detuvo a un total de 45 personas involucradas en el intento de golpe de Estado. El Presidente Maduro habló de un intento de golpe fallido diseñado por los Estados Unidos de Norteamérica (EEUU). “Trump es el jefe directo de esta incursión”, dijo Maduro el 6 de mayo. El presidente de los EEUU había negado previamente cualquier implicación.

Lxs venezolanxs se han acostumbrado a superar dificultades, la inflación y la falta de transporte ya pertenecen a la rutina, pero en el caso del coronavirus se encuentran con una situación nueva. “Uno no está acostumbrado a no hacer nada,” dice una señora caminando a buscar su caja mensual de comida. Antes de la pandemia ella cuidaba niñxs, “pero ahora nadie está trabajando” y ella se tiene que quedar en casa. Otras personas están limpiando y reparando sus hogares, jugando dominó o  congregándose en las esquinas a hablar. Pandemia, suministro insuficiente y un intento de golpe de Estado – el coronavirus en Venezuela se siente simplemente como otro problema más.

HAMBRE O CORONAVIRUS

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La crisis abre nuevas posibilidades para empresas de limpieza Brigadas de limpieza en Medellín (Foto: Liberman Arango)

“Esto está muy duro, toca salir y arriesgarse a ver qué se puede hacer”, dice el taxista mientras maneja hacia la Plaza Minorista, el mercado más grande de Medellín. Lleva tapabocas y ofrece gel antibacterial. El carro avanza rápido y sin prisa por las calles casi vacías. Es martes 24 de marzo, a pocas horas de que empiece la cuarentena de 19 días decretada por el presidente.

En la Minorista hay promociones y verduras frescas; entran y salen bultos. Unxs compran para sus casas; otrxs, para surtir los mercados locales de cada barrio. A la hora de pagar el taxi, se siente la torpeza que imponen los guantes y las demás medidas de precaución. La ciudad es la misma, pero la actitud confundida y precavida –aunque arriesgada al salir de casa– de todos los que la recorren la hacen extraña. Se siente el peso invisible del Coronavirus. Aunque quizás no sea tan invisible: citando mal, el Coronavirus son los otros.

Son las 7 de la mañana. Desde las 4, cuando se permitió el ingreso, empezó a llegar gente. Unos pocos taxis esperan sobre la Avenida Ferrocarril a que alguien los convoque, para ellos también poder mercar luego. Frente a la Minorista, vendedores ambulantes –varios de ellxs con acento venezolano– publicitan tapabocas (semi)lavables. En la puerta, lxs guardias (sin guantes ni tapabocas) aplican antibacterial a lxs que van entrando; al menos a los que corresponden al llamado y no lxs esquivan, o a lxs que están cerca de ellxs entre la masa que entra y sale. No todxs entran con tapabocas.

La crisis actual también se refleja en los precios de la Minorista

Este día es de limpieza y desinfección en la Minorista, llevada a cabo por la empresa CleanPRO y sus voluntarixs, alrededor de 10 personas en total. CleanPRO, que lleva dos años en el mercado lavando también tapetes, sillas y demás cosas del hogar, se activó con esta crisis sanitaria, por lo que ya han hecho algunas brigadas de limpieza. La Minorista era uno de los focos en los que querían concentrarse. Un lugar así debería ser limpiado y desinfectado todos los días, pero la logística y el presupuesto no dan para tanto. El Coronavirus nos ha puesto a cuestionar nuestras medidas de higiene, nos ha hecho sensibles a la limpieza de una forma en la que antes no lo éramos. Cada lavada de manos o cada limpieza masiva trae la esperanza de prevenir por un rato más la llegada del virus. Quién sabe si en la nueva normalidad que construyamos después de esta crisis perdurarán estas medidas.

Las barandas, los pasillos, las carretillas, las canastas, las calculadoras, los paquetes: todos los espacios y objetos comunes expuestos al público –posibles puntos de contacto y contagio– reciben la atención de la brigada de limpieza. La brigada tiene que actuar y hacerlo rápido. Cubiertos por un traje blanco avanzan lxs brigadistas. Como salidos de Star Wars o de Chernobyl, rompen con la cotidianidad de comprar comida y cualquier ilusión de que éste es un día normal. Al principio, la reacción general es de alarma: nada bueno puede estar pasando si un grupo que hasta parece disfrazado va fumigando lo que se atraviesa en su camino. Cuando, por los altoparlantes de la Minorista, se anuncia que la sustancia que aplican no es tóxica y que esta limpieza ayuda a todxs, la gente busca aprovechar el momento: “Écheme en las manos. Écheme aquí. Écheme allá.”

Negocios abiertos Mucha gente no puede quedarse en casa (Foto: Liberman Arango

En algunos lugares de la Minorista, la brigada es una presencia bienvenida. En un bar, que en otra mañana habría estado bien poblado, solo guarda a su dueño. Les regala a todxs lxs voluntarixs una soda y así se siente acompañado por un rato. Para lxs voluntarixs es un momento de calma y pausa: todxs jóvenes, deben cargar el tanque pesado sin quitárselo en ningún momento.

En una panadería, un aviso informa que también se venden tapabocas. Lxs que compran alimentos tienen que alejarse un par de metros para consumirlos, pues no hay mesas. “¿Acá estoy bien?”, pregunta un hombre a 150 centímetros de distancia. “Sí, ahí está perfecto”, responde el dueño de la panadería.

En el Mercado los precios subieron: un mercado normal de verduras antes del Coronavirus costaba 40.000 pesos, hoy cuesta 72.000 pesos. Escasean la pasta y los atunes. Algunos trabajadores buscan margen de ganancia en cualquier maniobra, cada centavo aporta, se carga lo que haya que cargar con tanta energía que parece frenesí o dolor. Activos en el rebusque para lograr comer y cuidar de sus familias, descuidan las medidas de limpieza.

No hay más opción que salir y seguir trabajando

Los que cargan los mercados reciben 2.000 o 3.000 pesos por mercado. Varios de ellos son ancianos, que cargan las bolsas en carretillas. También hay viejos atendiendo sus tiendas, pero pocos mercando. Demasiada población vieja para todos los riesgos que corren en una situación como esta; demasiadas razones por las que no hay otra opción que salir y seguir trabajando. Hay pocos niñxs; algunxs revolotean por ahí, probablemente hijxs de trabajadores del lugar. Sí hay varios bebés.

En el punto de información se recoge comida destinada a los mercados para las personas que no pueden comprarla. Esa comida también la necesitan lxs que no tienen más opción que salir a trabajar ese y los demás días que vienen. Antes de pensar en aislarse hay que poder pagar un lugar para dormir esa noche.

El metro, con una frecuencia mucho menor a la habitual, comunica a los que salen de sus casas con el lugar donde pueden comprar o vender, ganar el día o la semana. En la mañana, el metro está repleto. Si tienes que llegar a trabajar, tienes que llegar. Que sí, que es importante aplanar la curva y no salir de casa, pero tu jefe te espera y necesitas el trabajo. Dentro de lo posible, cada unx toma sus medidas de protección. Pocxs tienen tapabocas, pero no se agarran de las barandas ni de los tubos, intentando exponer la menor piel posible a las superficies del tren. Si es posible, se toma distancia del de al lado; si no, pues nada, esperar a llegar, ojalá rápido. No se oye ningún tosido ni estornudo en el trayecto: la tensa calma se mantiene.

A las 8 de la mañana, la entrada de la Terminal del Norte de Medellín anuncia un día agitado. Los que buscan irse hacia otras ciudades o pueblos aledaños avanzan con prisa y premura hacia adentro de la terminal, esquivando a policías con tapabocas y a equipos de televisión que registran el día. “¿Por qué decidió viajar hoy?”, pregunta el reportero; “Tengo que llegar a mi casa, acá no tengo donde quedarme, ya me quedé sin plata”, responde uno; “No había podido irme antes, todo pasó muy rápido. Ya no tengo trabajo”, contesta otro.

Tapabocas colectivo Cada uno trata de protegerse en la medida de los posible (Foto: Liberman Arango)

Si había esperanza de salir en bus de Medellín al ver la Terminal tan activa desde fuera, esta se disipa rápidamente. Guardias de seguridad franquean el paso hacia el primer piso, de donde salen los buses y se compran los tiquetes, delante de una cinta de seguridad. “No hay buses hoy, ya dieron la orden.” ¿Quién dio la orden? Ellos, como siempre, aunque nunca se conocen sus nombres. Definitivamente no fueron los guardias que, cubriendo distintas escaleras, intentan explicarle a la gran aglomeración que ellos no pueden lograr que los buses salgan. “Señor, voy para Marinilla, déjeme pasar”, ruega una mujer que iba llegando a los 60.

“No podemos quedarnos acá varados. Yo llevo desde ayer buscando salir. Hay que exigirles que nos dejen viajar, que nos den soluciones”, exclama una mujer que hace ademanes con una mano y con la otra sostiene su gran maleta. “¿Saben de quién es la culpa? Del presidente. Debió haber cerrado las fronteras antes. No hizo nada y ahora nos tiene jodidos.”

Si la medida de cerrar casi por completo el flujo de la Terminal apunta a evitar posibles contagios, tiene el efecto colateral de crear grandes grupos de decenas de personas, donde se hace imposible evitar el contacto con todos los que esperan y reclaman.

Los que quieren viajar tendrían mejor suerte si tuvieran un pasaje de avión. Esa noche, el aeropuerto José María Córdova es el negativo de lo que suele ser: todas las tiendas cerradas, casi ninguna persona, todas separadas. Lxs guardias retienen a las personas sin pasaje y les impiden el ingreso, pero los que tienen pasaje pueden avanzar sin problema para coger los últimos vuelos a todo el país.

¿Por qué siguen activos los vuelos y no los buses? Hasta para salir de la ciudad o poder escoger donde pasar la cuarentena hay que tener cierta cantidad de plata.

Pasado el mediodía, dos señores se despiden frente a la Minorista y se dan la mano. Uno lo explica, quizás consciente de lo raro que es saludar de mano por esos días: “Pastor, lo saludo de mano porque estamos bendecidos y no se nos puede pegar ese virus.”

Hasta para escoger donde pasar la cuarentena hay que tener cierta cantidad de plata

En redes sociales muchos ciudadanxs colombianxs publican sus reproches ante las fotos de las conglomeraciones: que si no entendieron, que así es como se contagia el Coronavirus, que qué irresponsabilidad, que la policía haga algo. Es entendible su molestia: estas semanas son claves para contener el avance inclemente del Coronavirus, y eso sólo se logra quedándose en casa. Sin embargo, nadie en la Minorista ni en la Terminal –tampoco en el metro, ni los taxistas– parecía feliz de estar ahí. La mayoría estaba cumpliendo un deber, o haciendo lo necesario para sobrevivir.

Ha hecho carrera la idea de la cuarentena como un privilegio, pero es más acertado pensarla como un derecho. Ante una pandemia, todxs lxs ciudadanxs –salvo lxs que tienen trabajos esenciales para que la sociedad no se desmorone mientras tanto– deberían poder resguardarse en sus casas y esperar a que el riesgo disminuya. Plantear la cuarentena como privilegio oculta la responsabilidad que tiene el Estado de construir un enfoque de salud pública integral, bajo el que nadie tenga que salir a la calle, ni arriesgarse a enfermarse o enfermar a los demás. La cuarentena no es un privilegio, es un derecho que no se está cumpliendo; uno de tantos.

A la salida de la Minorista, un taxista, que segundos antes estaba comprando un radio robado a una persona que vive en la calle, da una tarifa inflada y única para ir al destino propuesto. Hay pocos carros, es necesario aceptar. ¿Qué noción de comunidad hay cuando para cuidarnos del Coronavirus hay que cooperar entre todos, pero hay unos que no pueden detenerse a pensar en la comunidad porque se quedan sin qué comer? Hambre o Coronavirus, elige tú tu tortura.

Los que están en las calles el día antes de la cuarentena general –varios de los cuales seguirán en las calles durante la cuarentena– quizás piensan en sí mismos primero antes que en los demás. En esta suma de individualidades que van a por lo suyo, los tapabocas dan, por un momento, la ilusión de una colectividad. Tiene algo de democrático el Coronavirus: la plata no es antídoto. La plata y la seguridad suficientes, junto con la certeza de un plato de comida caliente en un rato, sí permiten quedarse en casa tuiteando sobre por qué tanta gente está en la calle como si no supieran que hay una pandemia.

¿Será que el virus ya está en la Terminal o en la Minorista? ¿Alguien lo trae o lo lleva a su barrio? No lo sabremos sino hasta dentro de un par de semanas.

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