La Tierra para la Gente

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Más vacas que gente La propiedad de tierras s concentra en unas pocas manos (Foto: Aris Gionis via Flickr (CC BY-NC 2))

La primera administración progresista en la historia de Colombia está decidida a cambiar esto. Una de sus prioridades es adelantar la reforma agraria, una promesa del acuerdo de paz firmado en 2016 entre el estado colombiano y las FARC-EP. El acuerdo estipula la redistribución de 3 millones de hectáreas de grandes terratenientes y la entrega de títulos de propiedad de 7 millones de hectáreas a campesinos y campesinas sin tierra. “La reforma agraria es el camino para evitar la violencia en el campo”, escribió el presidente Petro el 20 de junio de 2024 en la plataforma X. No se trata solo de la restitución de tierras a la población despojada y desplazada, sino de entregar títulos de propiedad a campesinos y campesinas sin tierra o con tierras insuficientes, cambiando así la estructura de la propiedad en el país.

Para comprender mejor las metas del gobierno, es crucial entender la historia de la distribución desigual de tierras en Colombia, una herencia de la época colonial española. “El rey o su delegado asignaban tierras a dedo a las personas que hicieron la colonización en Colombia, las cuales se transmitían de generación en generación, permaneciendo en las mismas manos”, explicó el investigador Juan Guillermo López. “En Colombia aún no hemos logrado tener un catastro que esté configurado y que realmente se sepa de quién es qué. Lo que sí ha pasado mucho es que las personas campesinas han comprado tierra y la han comprado de forma informal. Entonces ellos no tienen títulos de propiedad, lo que complica la demostración de la propiedad durante una reforma agraria”, añadió. Estas condiciones, junto con políticas estatales ineficaces, el conflicto armado y las compras ilegales de tierras debido a la violencia paramilitar, han incrementado la concentración de tierras en el siglo XX, dejando a millones de campesinos y campesinas sin tierra.

Los esfuerzos por redistribuir la tierra no son nuevos. Hace casi un siglo con las reformas liberales del presidente Alfonso López Pumarejo en 1936 y del presidente Alberto Lleras Camargo en 1961 empezaron algunos intentos por una reforma agraria. Aunque limitadas por diversos factores, estas iniciativas enfrentaron la feroz oposición de los grupos que desde entonces y hasta nuestros días, se benefician de las desigualdades. Durante la apertura económica neoliberal de los noventa junto a los diversos acuerdos de libre comercio, se dejó al sector agrícola desprotegido, alejando a Colombia aún más de una economía de producción y subsistencia y a su vez sumiendo al campo colombiano en la pobreza. La economía nacional se enfocó en la extracción de minerales e hidrocarburos, así como en la importación de productos agrícolas que el campesinado podría haber producido localmente. La falta de infraestructura, la violencia y la falta de protección estatal impedían que la población campesina participara en el mercado.


Propriedad de tierra implica poder económico y político

En Colombia, la propiedad de la tierra significa sobre todo una cosa: poder económico y político. Quien, al estilo feudal, deja que campesinas y campesinos sin tierra cultiven su tierra, tiene el control sobre éstos y ejerce una fuerte influencia para moldear resultados electorales, y así, la política regional. Por ello, la cuestión de la tierra es central en el conflicto. Además, la mayoría de las tierras fértiles están en desuso o se destinan principalmente a la producción de productos para la exportación. De las 11,9 millones de hectáreas de tierras aptas para la agricultura en Colombia, actualmente solo se cultivan 3,9 millones. Gran parte de estas tierras se usan para la ganadería extensiva. En promedio, hay poco más de media vaca por hectárea en Colombia, ya que la riqueza no proviene de la agricultura sino de la especulación: La propiedad de la tierra es sobre todo una inversión de capital para terratenientes y latifundistas, quienes, por vía del acaparamiento, pueden determinar los precios y las condiciones de acceso a la tierra. Al aumentar su valor, se llenan sus bolsillos.

El gobierno del Pacto Histórico está desafiando esta lógica de acumulación de terrenos improductivos, enfrentándose así a enemigos poderosos. Una reforma agraria contradice los intereses de la clase dominante en Colombia, tradicionalmente dueña de las tierras y, hasta hace poco, controladora del Estado. No es sorprendente, entonces, que la oposición propagara el miedo durante las campañas presidenciales, sugiriendo que Petro expropiaría tierras, viviendas y negocios de la población.

En medio de una fuerte campaña de desinformación, se invisibilizó el hecho de que el marco legal ha existido por casi un siglo: en 1936 se creó la figura de la extinción de dominio para las tierras ociosas. Por lo tanto, la tierra no puede ser desaprovechada; si lo está, el Estado tiene el derecho de extinguir el dominio. Una forma común de demostrar que se está utilizando la tierra es mediante la ganadería. “Si un terrateniente tiene una vaca, se considera ganadero. El problema es que pueden colocar una sola vaca en 5 hectáreas y mostrar que están usando la tierra de manera productiva”, explica López. Así, el ganado no se cría principalmente para el mercado, sino para mantener y proteger la propiedad de la tierra. De esta manera, se mantiene la tierra como objeto de especulación.

Los esfuerzos del gobierno Petro para una reforma agraria comenzaron con un acuerdo político con la Federación Nacional de Ganaderos (Fedegán). El acuerdo para comprar tres millones de hectáreas a Fedegán a precios de mercado es un hito importante. Históricamente, la poderosa federación se ha opuesto a cualquier reforma agraria y está vinculada a la fundación de ejércitos anti-restitución y grupos paramilitares. Con este acuerdo, Fedegán apoyaría por primera vez una reforma agraria. Aunque esta estrategia exonera a la federación de su responsabilidad histórica y social de devolver tierras, garantiza resultados rápidos y reduce el riesgo de oposición violenta. Hasta mayo de 2024, Fedegán ofreció 821,114 hectáreas, de las cuales solo 208,512 son viables, aproximadamente el 7% del objetivo total. A menudo, las tierras ofrecidas son infértiles, inaccesibles, remotas o su procedencia es de dudosa legitimidad.

Para la reforma, el gobierno recurre a mecanismos establecidos hace 30 años, pero nunca implementados. Uno de ellos es el Sistema Nacional de Reforma Agraria, que establece objetivos que van más allá de la simple distribución de tierras. Este proyecto integral para la productividad rural se basa en una reestructuración equitativa de la propiedad de la tierra y los medios de producción.

Lucha contra la desigualdad Para que lxs campesinxs tengan chance contra lxs grandes terratenientes (Foto: MinAgricultura y Desarrollo Rural retrieved from Presidencia)

A través del desarrollo de infraestructura, la industrialización y la generación de valor en las regiones, la conexión a los mercados, la sustitución voluntaria de cultivos de coca por la producción de alimentos, inversiones en educación y salud, y el acceso a créditos, se busca crear las condiciones para que el campesinado pueda llevar a cabo una agricultura de subsistencia y vender sus excedentes. De esta manera, se pretende dar el impulso productivo y tecnológico necesario al sector agrario colombiano, con el fin de que el país recupere su soberanía alimentaria.

Existe ya una buena base para ello y son las Zonas de Reserva Campesina (ZRC), áreas autogestionadas donde el Estado reconoce al campesinado como sujeto de derecho, garantizando sus necesidades básicas y su forma de vida tradicional.

Con las ZRC se busca crear las condiciones para la adecuada consolidación y desarrollo sostenible de la economía campesina en las zonas respectivas. Con ellas también se regula la ocupación y aprovechamiento de las tierras baldías, dando preferencia en su adjudicación a las y los campesinos de escasos recursos. Junto al campesinado se construye una propuesta integral de desarrollo humano sostenible, de ordenamiento territorial y de gestión política que facilita la ejecución integral de las políticas de desarrollo rural. Se fortalecen así los espacios de concertación social, política, ambiental y cultural entre el Estado y las comunidades rurales, garantizando su adecuada participación en las instancias de planificación y decisión local.

Las ZRC, reguladas por la Ley 160 de 1994, fueron estigmatizadas y bloqueadas durante los gobiernos de Álvaro Uribe e Iván Duque. Solo con Gustavo Petro han recibido verdadero respaldo. Actualmente, hay 14 ZRC, siete de las cuales han sido reconocidas durante el gobierno de Petro.

Reactivando el sistema nacional de reforma agraria, revitalizando y ampliando las Zonas de Reserva Campesina, formalizando el acuerdo de compra de tierras con FEDEGÁN, acelerando y apoyando la implementación de la ley de víctimas y restitución de tierras y poniendo en marcha la implementación del Acuerdo de Paz, ya se observan progresos significativos en materia agraria, pese a la gran oposición y a las dificultades técnicas de la implementación.


Avanzes visibles a pesar de la fuerte oposición en el congreso

En junio de 2024, el Congreso aprobó el reconocimiento de campesinas y campesinos como sujetos de derechos, destacando su papel como sujetos políticos con derechos especiales de protección, así como con derecho a consultas previas, antes solo otorgado a los pueblos indígenas, afrocolombianos y demás grupos étnicos. El mismo día, el Senado aprobó la creación de la Jurisdicción Agraria y Rural (JAR), el avance más significativo en la implementación del acuerdo de paz en seis años. La JAR instalará jueces especializados en áreas conflictivas, mejorando el acceso a la justicia para la población rural y promoviendo la paz territorial. Esta jurisdicción permitirá resolver disputas sobre derechos de tierras, baldíos y propiedad pública.

No obstante, se necesita otra ley que defina las competencias de los tribunales agrarios y establezca procedimientos rápidos para resolver disputas. Este proyecto enfrenta una fuerte oposición política que podría retrasar su progreso y, en última instancia, socavar la confianza de la población rural en las instituciones.

Hasta mayo de 2024, se han adquirido y gestionado 1.065,109 hectáreas para la reforma agraria mediante compra, formalización de títulos de propiedad, recuperación y clarificación de baldíos, extinción de dominio a favor de la nación, restitución de tierras y confiscación de terrenos a narcotraficantes. Es un hecho que la población campesina sin tierra, las víctimas históricas del conflicto, está siendo reconocida por primera vez por un gobierno. Se está construyendo un nuevo relato, un relato que visibiliza la realidad extremadamente injusta de la acumulación de tierras y se empieza el proceso de cambio con hechos concretos.

En junio de 2024, se entregaron títulos de 800 hectáreas a 35 familias en El Aro, Ituango, donde la masacre paramilitar en 1997 provocó el desplazamiento de más de mil campesinos y campesinas. La Corte Interamericana de Derechos Humanos condenó al estado colombiano en 2006, obligándolo a indemnizar a las víctimas, un fallo ignorado por los gobiernos anteriores. A principios de junio, más de 2,000 hectáreas de tierras confiscadas a la mafia fueron entregadas a 181 familias en Bolívar, Sucre y Cesar, regiones afectadas por violencia y despojo de tierras. En mayo de 2024, se formalizaron títulos colectivos de más de 3.000 hectáreas para comunidades afrocolombianas en siete departamentos, beneficiando a 1.046 familias. En Santa Bárbara de Pinto, Magdalena, la administración Petro entregó 658 hectáreas a campesinos y campesinas, compradas previamente a un ganadero.

Sin duda, la cuestión de la tierra está en el centro del conflicto. Por ello, la reforma agraria es una condición esencial para la paz futura. Cada vez es más evidente que el gobierno de Petro está sentando las bases de esta reforma y avanzando en la dirección necesaria. El éxito de la reforma dependerá de la continuidad del proyecto político progresista; una continuidad que permita ver y afianzar los resultados a largo plazo. El camino es largo y una reforma agraria, un proceso de largo aliento. Tras décadas de política de despojo y acumulación, se está dando un primer paso hacia un futuro donde sean las personas, y no las vacas, quienes habiten los campos.


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DEMOCRACIA EN CRISIS

Miembros del PRD haciendo campaña para ‘Nito’ Cortizo (Foto: Alexis Alvarado)

La oposición siempre gana, pero después todo sigue igual – igual de neoliberal. Esta regla empírica de la política panameña ha sido confirmada una vez más cuando el 5 de mayo Laurentino ‘Nito’ Cortizo del Partido Revolucionario Democrático (PRD) ganó las elecciones con un 33.5 por ciento de los votos.

Desde el fin de la dictadura militar (1968-1989), ningún partido ha logrado gobernar más de un período y los tres partidos más grandes se han turnado en el poder. En la teoría estos partidos ocupan lugares diferentes en el espectro político: el Cambio Democrático (CD) vendría a ser un partido del centro, el Partido Panameñista de derecha nacionalista. Mientras que el PRD sería de izquierda moderada, incluso es formalmente miembro de la Internacional Socialista. Por lo tanto, su asunción al gobierno debería suponer un cambio de rumbo. En la práctica, no obstante, los tres partidos principales de Panamá siempre han seguido la misma política neoliberal de derecha – el PRD justamente ejecutó la privatización de la mayoría de las empresas estatales en la década de los 90.

El presidente electo, Nito Cortizo, lo demuestra al ser consultado acerca de su posicionamiento ideológico: “Yo soy pragmático”, el empresario dijo a la emisora Telemetro, “La inversión privada crea puestos de trabajo y, por lo tanto, aumenta el consumo. Esto es muy importante para ayudar a un país con tanta pobreza y desigualdad como Panamá. No se trata de ser de derecha o de izquierda”. Cortizo considera que la mejora de la calidad del sistema educativo se consigue mediante una mayor orientación hacia las necesidades del mercado laboral y quiere que lxs inversionistas “se sientan como en su casa”.

El enojo con la clase política es muy grande

Los únicos temas de importancia en la política panameña parecen ser la economía y, en los últimos años, la corrupción. Los Panama Papers en 2016 demostraron el rol de Panamá como foco de evasión de impuestos y lavado de dinero. Luego se supo que la constructora brasileña Odebrecht – recientemente a cargo de grandes obras como la nueva línea de metro o la ampliación del aeropuerto – había pagado 60 millones de dólares en sobornos en Panamá.  En el parlamento, varixs legisladorxs habían proporcionado a sus familiares contratos de trabajo a gran escala o habían regalado dinero fiscal. Además, desde hace tiempo muchos miembros de la administración pública son considerados como botellas, o sea, llegaron al poder sin calificaciones gracias a favores políticos. La Corte Suprema no es percibida como independiente, ya que cada presidentx nombra cuatro o cinco de sus nueve jueces. Según la encuesta Latinobarómetro, el 83% de la población piensa que el país está gobernado por algunos grupos para su propio beneficio. En consecuencia, el enojo con la clase política es muy grande.

Electoralmente, ese enojo se encauzó hacía el apoyo de un candidato independiente, Ricardo Lombana. Él recibió un notable 19.2 por ciento de los votos con una campaña basada en las redes sociales dirigida a la juventud urbana, pero sin maquinaria partidaria, sin programa electoral elaborado y con poca experiencia política. Respecto a la elección simultánea de legisladorxs, el enojo popular fue articulado por la campaña #NoalaReeleccion y su demanda de no reelegir a los diputados que carecen de integridad. Como resultado de ella, sólo 14 de lxs 50 candidatxs a la reelección fueron reelegidxs, la cuota más baja desde 1994. Cinco legisladorxs ahora serán independientes, cuatro más que antes. Para hacer frente al descontento de la gente, casi toda la clase política se ha pronunciado a favor de cambios en la constitución que prevengan la corrupción.

En todo caso, la preocupación popular por la economía parece pesar aún más que aquella por la corrupción. Del expresidente Ricardo Martinelli (CD), a pesar de su encarcelamiento por corrupción y espionaje ilegal de opositorxs políticxs durante su mandato, muchxs panameñxs siguen teniendo una buena opinión, condensada en la frase: “Robó, pero hizo”. A Rómulo Roux, ex ministro de Martinelli, sólo le faltaron unos 45.000 votos para ganar la elección (obtuvo el 31.15 por ciento de los votos), probablemente porque fue asociado con el legado económico de su mentor.

Juan Carlos Varela (Partido Panameñista), sucesor de Martinelli y presidente saliente, en cambio, hizo un esfuerzo creíble en la lucha contra la corrupción. Sin embargo, en la percepción de la población, no le importó suficientemente la economía, la cual no creció tan fuertemente en su mandato como antes bajo Martinelli.

Hay demasiado consenso y ninguna diversidad ideológica

Esto a Varela le valió el apodo de Tortugón, o sea, no robó, pero tampoco ‘hizo’. A su compañero de partido José Blandón – alcalde de la ciudad de Panamá con algunas ideas ambientalistas y en los años 90 duro crítico de las privatizaciones que realizó el PRD – lo llevó a hundirse en la elección con el 10.5 por ciento de los votos a pesar de sus esfuerzos por distanciarse de Varela. Finalmente Nito Cortizo, con un perfil más autoritario y conservador, ganó las elecciones con el lema “Hacer sin robar”. Los perfiles de Cortizo y Blandón dejan en evidencia que ser de un determinado partido político no dice mucho en Panamá.

¿No hay otros temas relevantes aparte del desarrollo económico y de la prevención de la corrupción? La competencia, propia de una campaña electoral, lleva normalmente a los partidos a expresar sus diferencias políticas. En los debates televisivos, lxs candidatxs de hecho hablaron de varios puntos, como la baja calidad de la educación escolar, la creciente escasez de medicamentos, el inminente colapso del sistema de pensiones o la frustración del sector agrario ante las grandes importaciones de alimentos. No obstante, las controversias sustanciales desempeñaron un papel bastante menor.

“La democracia panameña es débil y está en crisis”, dice el sociólogo y profesor universitario Alonso Ramos en conversación con LN, “hay una falta de representación, hay demasiado consenso y ninguna diversidad ideológica. Aunque se le dio mucha importancia al discurso del cambio de poder regular después del fin de la dictadura, no hay cambios reales. En la campaña electoral no se discutieron temas tan importantes, pero a la vez delicados, como los escándalos, lo que en última instancia toca el estado de nuestra democracia, así como también el cambio climático, al cual Panamá es muy vulnerable. Y finalmente, tampoco se habló de la desigualdad”.

Cambio de figura, pero no de rumbo ‘Nito’ Cortizo en su toma de posesión (Foto: Wikimedia, CC BY-SA 4.0)

La economía de Panamá ha crecido un promedio de 5.6 por ciento en los últimos cinco años y tiene uno de los ingresos per cápita más altos de América Latina. Aunque todos lxs políticxs se comprometen a luchar contra la pobreza, la mayoría no habla de que en Panamá el 10 por ciento de la población, los ricos, perciben 30 veces más ingresos que el 10 por ciento más pobre. Sólo en una docena de países de todo el mundo la desigualdad es aún mayor. ¿No podría esto ser un punto de partida para los movimientos y partidos de izquierda?

Según la encuesta “Barómetro de las Américas”, el 29.5 por ciento de la población panameña se describe a sí misma como políticamente de izquierda. Sin embargo, hay sólo un partido de izquierda, el Frente Amplio por la Democracia (FAD), que surgió del sindicato de trabajadores de la construcción, Suntracs. Su defensa de un estado de bienestar y de un sistema tributario más progresivo parece ser una noción más bien radical para Panamá:

Los representantes de la izquierda han sido perseguidos por la oligarquía

Ya por segunda vez el FAD, que se postuló por primera vez en 2014 a elecciones nacionales, tendrá que disolverse de acuerdo a la ley porque fue el único partido que permaneció por debajo del 2 por ciento de los votos. No obtuvo ningún escaño en el parlamento y sólo el 0.7 por ciento de los votantes votó por su candidato Saúl Méndez (ver LN 415). ¿Por qué el panorama se ve tan difícil para la izquierda en Panamá?

“Se debe a los 150 años de presencia colonial de los EE.UU. en Panamá, después de la construcción del ferrocarril en 1850”, intenta explicar Alonso Ramos. “Esto ha tenido una influencia decisiva en la cultura política. Este trauma sigue marcando a nuestra sociedad actual en lo que somos y en lo que no somos. Desde la década de 1930, todos los que han representado las ideas de la izquierda han sido perseguidos por la oligarquía. Es por eso que hoy en día sólo muy poca gente en Panamá se reivindica de izquierda, ni siquiera el FAD lo hace”.

Esto también tiene un impacto en la sociedad: temas como el aborto o los derechos de personas LGBTIQ* apenas se discuten, casi no hay políticos que critiquen las posiciones conservadoras de la iglesia católica y de los evangélicos. ¿Hay esperanza en los nuevos movimientos políticos? Claudia Cordero, científica especializada en la comunicación y la cultura, está desilusionada: “Desafortunadamente, no hay tales movimientos en este momento”, explicó a LN durante la campaña electoral. “De momento muchos jóvenes están compartiendo la campaña #NoalaReeleccion en las redes sociales o tienen su sticker en sus autos y creen que están participando en un movimiento social. Pero el motor de esta campaña es el grupo Movin. Trata de parecerse a un movimiento ciudadano contra la corrupción, pero de hecho detrás hay principalmente unas 15 a 20 personalidades influyentes en torno al multimillonario Stanley Motta. Ellos son los poderes fácticos del país. Quieren llenar el vacío que deja el desgaste del sistema, quieren canalizar la molestia y proteger al modelo imperante pidiendo que no se reelijan los diputados. Tratan de dar la impresión de que quieren cambiar todo, sólo para que nada cambie de verdad.”

La élite quiere canalizar la molestia y proteger al modelo neoliberal.

Sin embargo, hay un actor que ha demostrado poder protestar de manera eficiente contra las políticas neoliberales de esta oligarquía, ejecutadas por los gobiernos de turno: La última movilización poderosa y masiva fue la resistencia indígena a una nueva ley de minería en 2011 (LN 443). A pesar de la represión y la difamación masiva por parte de los medios, incluyendo un lenguaje racista, la protesta de lxs indígenas Ngäbe Buglé tuvo éxito y la ley fue finalmente retirada. Aunque los liderazgos en su momento fueron captados por los partidos políticos y así neutralizados, es probable que en los próximos años aumenten otra vez los conflictos con grupos indígenas porque los gobiernos siempre han mirado los recursos de las regiones indígenas autónomas con el fin de impulsar el crecimiento económico. No obstante, si los indígenas siguen siendo el único grupo relevante que no está de acuerdo con el gatopardismo panameño, es probable que la regla empírica de la política en Panamá se vuelva a confirmar en cinco años más.

 


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