”UN LUGAR PARA NOSOTRAS”

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Lucha por un lugar del recuerdo Intervención callejera del colectivo La Jauría (Foto: Celeste Pérez Álvarez. Colectiva La Jauría)

“Venda-Sexy” o “Discotéque” es el nombre del ex centro de tortura, en el que durante la dictadura militar chilena fueron detenidos, torturados y abusados sexualmente sobre todo estudiantes miembros del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).. “Venda” indica que los arrestadxs entraron con los ojos vendados a la casa. El nombre “Discotéque” es una alusión a la música alta que sonaba durante las sesiones de tortura para ahogar los gritos de las víctimas. “Las víctimas eran hombres y mujeres”, explica Patricia Artés, del colectivo feminista La Jauría. “Sin embargo, a las mujeres fue de manera sistemática y desproporcionada en comparación a los varones. Esto hace que la categoría de violencia de género exista de manera plena y radical en el contexto de las torturas”.
La propiedad en la comuna de Macul en Santiago, utilizada en 1974 y 1975 como centro de tortura por la DINA, el ex servicio secreto, ahora es de propiedad privada. En 2016 fue declarado sitio de memoria por el Ministerio de Bienes Nacionales, al mismo tiempo que el Estado ofreció a la familia dueña de la casa 356 millones de pesos para su venta. Esta se negó porque el precio ofrecido era muy bajo. En mayo de este año, sin embargo, se supo que la familia había vendido la casa a una compañía inmobiliaria por un monto menor. Según la ley chilena, los sitios de memoria no pueden venderse ni remodularse sin permiso estatal.

„Cuerpas en guerra“ El colectivo La Jauría presenta “Cuerpas en guerra” en Santiago (Foto: Celeste Pérez Álvarez. Colectiva La Jauría)

Ahora, varios grupos están trabajando con los sobrevivientes del centro de tortura para recuperar el edificio. Una de estas organizaciones es el colectivo La Jauría, que surgió de un proyecto feminista de teatro. Inicialmente, el colectivo se acercó a las relaciones mujer-cuerpo, mujer-amor y mujer-clase desde el teatro. A partir de la investigación de esos ejes que cruzaban distintos imaginarios, testimonios y experiencias realizaron la obra “Cuerpas en Guerra”. Este año en medio de la vorágine de los movimientos feministas han participado en diversas ocupaciones de instituciones educativas en el contexto de la demanda de una educación no sexista. “Como colectivo, de pronto sentimos que la obra no era suficiente como medio para nuestra lucha, entonces nos pusimos a crear y hacer estas intervenciones callejeras “, explica Patricia Artés.
El grupo realizó una de sus primeras acciones durante la visita del Papa a Chile, luego se involucraron con los movimientos sociales del feminismo y finalmente también con las mujeres sobrevivientes de la dictadura cívico militar. Trabajan principalmente sobre las vejaciones sexuales como una forma de agresión específica de género. “En este punto, nos vinculamos con el trabajo de memoria del colectivo Rebeldías Feministas”, dijo Patricia Artés. “Desde el año pasado hemos estado actuando con ellas para recuperar el ex centro de tortura. Debería entregarse a las mujeres como un lugar para construir una memoria colectiva”.

 „Aquí se torturó“ La propuesta artística-política de La Jauría no obedece a un estilo artístico determinado (Foto: Celeste Pérez Álvarez, Colectiva La Jauría)

En el contexto de la venta de la casa, las organizaciones feministas y de derechos humanos exigen la intervención del Ministerio de Bienes Nacionales para que la venta no pueda tomar efecto legalmente. La Jauría, junto con otras organizaciones, desarrollan un trabajo transgeneracional con el objetivo de “hacer visible la violencia del Estado, la violencia patriarcal y la violencia político-sexual como crímen específico de género”, explica Patricia Artés. La Jauría en particular trabaja estrechamente con Beatriz Bataszew, una de las sobrevivientes del centro de tortura y directora del colectivo feminista Coordinadora 8M. “Ella te entrega energía, no solamente porque pasó por ese centro de tortura, sino también por su compromiso constante, por toda la construcción política, feminista y consecuente que ella ha tenido”, dijo Patricia Artés.
La propuesta artística-política de La Jauría no obedece a un estilo artístico determinado, el enfoque está en las acciones de carácter experimental. Patricia Artés lo explica así: “No significa que no nos interese el arte. En nuestra propuesta artística, el problema viene de la realidad. Por lo tanto, en la obra en que utilizamos nuestros propios materiales, el carácter performático y testimonial es evidente. Nuestro lugar está más bien vinculado al activismo artístico más clásico que han desplegado las feministas a lo largo de la historia. Su carácter activista responde a la urgencia de los temas, a la denuncia”. Las actuaciones tienen lugar en la calle. Las activistas ocupan ciertos lugares, leen textos y presentan escenas, a veces también tocan música y cantan. Siempre están vestidos de negro, algunas están disfrazadas. Llevan mensajes en su ropa, como “Aquí se torturó”.
Mujeres de diferentes ámbitos, tengan o no una formación relacionada con el teatro fueron convocadas para actuaciones callejeras en frente del “Venda-Sexy” y otro ex centro de tortura en septiembre. El colectivo considera estas actuaciones como una herramienta “que permite posicionarnos en la calle aportar a las luchas sociales y feministas”. La lucha por la recuperación del ex centro de tortura no ha significado solo una negociación del mundo burocrático y de organizaciones de los derechos humanos conocidas, sino que su posible recuperación también sería un éxito de la movilización de mujeres y otras activistas feministas. Para La Jauría y todos los demás involucradas, según Patricia Artés, la tarea ahora es “empezar a imaginar qué haríamos con un lugar solo para nosotras”.

 

“ES HORA DE GOLPEAR LA MESA”

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Foto: Oscar Navarrete

Me preguntan si Eddy Montes Praslin es pariente mío. Es Praslin como mi tatarabuelo, personaje de mi nueva novela. Pero no sé si somos parientes. De todas formas, aunque no fuera consanguíneo mío, es mi pariente por el solo hecho de ser un conciudadano, un nicaragüense más, víctima de la violencia de la situación social y política de un régimen que ha dejado de gobernarnos y solo busca proteger su permanencia en el poder. Este es un Estado cuya única respuesta al descontento y rechazo de su pueblo es la represión policial; un Estado militarizado que pone como condición para cumplir compromisos firmados que se levanten las sanciones impuestas a sus familiares y empleados; un poder dispuesto a encerrar, matar y acomodar la realidad a su conveniencia; un Gobierno que niega su responsabilidad siempre, que culpa a los demás siempre.

Es inútil a este punto dilucidar lo que sucedió el jueves 17 de mayo en el penal de Tipitapa, “La Modelo.” No importa lo que diga la Policía, el Ministerio del Exterior, cualquier funcionario gubernamental, el presidente o su esposa. El hecho es que, dentro del penal, un prisionero fue alcanzado por la bala de un agente armado del régimen; el hecho es que este hombre armado disparó contra un prisionero desarmado. Esa víctima era alguien que jamás debió estar preso, un nicaragüense nacionalizado estadounidense que llegó a Nicaragua a ver a su familia y que fue detenido y acusado injustamente, como los cientos de hombres y mujeres apresados por protestar contra la represión y desgobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo

La cárcel “La Modelo” se ha convertido, como su nombre lo indica, en el modelo y ventana donde la dictadura Ortega-Murillo, ha desplegado y hecho alarde de su crueldad. Los prisioneros políticos en ese penal han sido maltratados una y otra vez. El jueves 17 muchos de ellos fueron de nuevo golpeados con una violencia inaceptable.

Una muralla de antimotines fue la respuesta a la angustia de las madres que llegaron a la prisión temiendo por la suerte de sus hijos. Cientos de antimotines fueron enviados también a la ciudad del difunto, Matagalpa, para impedir que el pueblo asistiera a sus exequias. Las fotos y videos de la ciudad militarizada, de las calles ocupadas por las fuerzas represivas, son el testimonio del miedo de un Gobierno que, para seguir sosteniéndose en el poder, debe recurrir al terror, a la descomunal presencia de personal armado.

Es urgente, esencial, que militares retirados y activos, la cúpula empresarial, el Cosep y sus poderosos consejeros, los empleados públicos, los sandinistas que aún rodean a este Gobierno, alcen sus voces y tomen acción para detener esta debacle. Matar presos, golpearlos, mantenerlos en condiciones de ignominia como están Miguel Mora, Lucía Pineda, Ricardo Baltodano, Medardo Mairena y muchos más, atenta contra los valores de nuestra sociedad. Impedir a una familia y a un pueblo enterrar con dignidad a su muerto, militarizarnos, callarnos a punta de miedo y armas, es obligar al país entero a humillarse y perder la dignidad.

Hay que detener esta irracional crueldad y obligar a este Gobierno a confrontar el daño que están haciendo. Hay que deponer intereses propios y ejercer el poder moral o económico, antes de que esta secuencia nefasta de hechos nos hunda aún más en el laberinto del oprobio. Hace falta que se pronuncien los sectores que callan, hace falta que golpeen la mesa para decir: ¡Basta ya! La hora de hacerlo es ahora.

Este artículo fué por primera vez publicado en el periodico Confidencial.

 

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