Für die deutschsprachige Version hier klicken

Son las 8:00 p.m. y hace frío. Rosa se acerca a la carpa azul ubicada junto al puente de la vía Soldados, en el Azuay. Gira una pequeña bombilla de luz e ilumina este pequeño espacio que han denominado “La Resistencia”. Ella saca de su chalina (chal) un cántaro con agua de flores de su huerto y lo empieza a calentar en la improvisada cocina que da a la calle.
De a poco se acercan Fer y su mamá. Fer llega de la universidad un poco cansada, pero en sus manos trae consigo la impresión de las canciones que han practicado los últimos años. Madre e hija buscan su lugar favorito en una pequeña banca de madera, y las voces y las carcajadas empiezan a resonar en la noche. Diez minutos después llega Herica de su trabajo en Cuenca, cubierta hasta la cabeza, ya que la brisa del río es fría. En sus manos se observa una bolsa de pan, un pequeño incentivo para después del canto. Finalmente, aparece Mamá Tere entre la oscuridad, conocida por su restaurante en la zona y como una mujer entusiasta, llamando a que ya empiecen las prácticas porque se acercan las presentaciones y mañana hay que trabajar.
Este pequeño grupo de mujeres nació y ha vivido durante toda su vida a las orillas del Río Yanuncay, uno de los cuatro ríos que rodean la ciudad de Cuenca y que ha sido el spot turístico principal para degustar del “cuy” y de la comida tradicional de la serranía ecuatoriana. Todas ellas han construido sus comunidades y familias alrededor del mismo. “De niña yo me acuerdo de cuando me llevaban a lavar la ropa en el río”, menciona Herica entre otras cosas.
Claro está que la cercanía con este río se refleja en un ejercicio diario con el territorio. De este se cuentan leyendas y aprendizajes, y justo por él es que las mujeres empezaron a actuar. “El Yanuncay cuando se pone bravo, se pone bravo. Yo recuerdo el 2007, cuando se llevó las casas, los animales, y me acuerdo de cómo el padre Salvador me decía ‘el río va por donde era, porque él está vivo, así como cada persona busca su destino, así busca el río’”. Por su parte, Rosa señala: “Es como un ser vivo porque si uno no le provoca en la creciente no hace nada. Tiene poder, yo lo veo de esa manera, por eso digo que no hay que provocarle. En la parte amigable, es bonito sentarse en las piedras. A mí me gusta sentarme donde está el agua clarita, ahí se comparte hasta con los vecinos. Es como una dinámica familiar donde se conversa y se comparte”.
Iban a explorar las montañas; pensamos que iban a dar un paseo
Tomamos asiento después de la primera parte del ensayo y en el fondo suena “Vasija de barro” (canción ecuatoriana conocida en la región andina como el himno inoficial de Ecuador, N. de la R.). Doña Rosa, de manera delicada, se me acerca con un vaso de agua de flores y me dice: “Tome, tome, compañera, para el frío, ¡achachai!”. La conversación sigue y les pregunto cuándo fue la primera vez que el Proyecto Hidroeléctrico Soldados-Yanuncay apareció en sus conversaciones comunitarias. Unas mencionan el 2010, otras el 2020 y otras el 2005. De pronto, Doña Eloisa señala a viva voz: “Me parece que es desde el 2002 o 2004… Fue ahí cuando dijeron que andaban recorriendo los cerros. Nosotros no le poníamos mucha atención, pensábamos que salían a pasear nomás y ese fue un gran error. Pero nosotros fuimos del proyecto del agua y ahí fue cuando nos impulsamos en la defensa del agua; eso hicimos en San Joaquín, las cosas sí se pusieron graves porque vino una maquinita botando gases que le llamaban algo así como el Trucucutú. Desde ahí yo aprendí a enfrentarme a eso. Desde ese entonces ya había la bulla y decidimos no dejar que el proyecto se dé”.
“Así como cada persona busca su destino, así busca el río”
El Proyecto Hidroeléctrico Soldados Yanuncay (PHSY) tenía previsto ubicarse en los límites de las parroquias Baños y San Joaquín. Se trata de una obra multipropósito que, por un lado, buscaría generar un manejo de la cuenca hídrica del río Yanuncay y, por el otro, generar energía eléctrica (22 megavatios) y suplir la dotación de agua. Para su funcionamiento se ha planificado la construcción de una represa de 42 metros de altura, con capacidad de 21.000.000 metros cúbicos. Las comunidades afectadas se encuentran principalmente en el biocorredor del Yanuncay.
En un breve descanso de las prácticas, las cantoras vuelven a la conversación sobre cómo autodenominarse. Existe una palabra en común: resistencia. Es esa palabra que, desde la amenaza del proyecto hidroeléctrico, atraviesa las conversaciones cotidianas de las familias. Detrás de esa resistencia están los sentimientos, algunas de ellas mencionan temor y tristeza, otras rabia, porque al igual que como ocurrió con un sinnúmero de proyectos promovidos por entidades nacionales y locales, este no fue consultado ni consentido. “En el 2020 se dio el aviso del gerente de ELECAUSTRO (Empresa Pública de Energía, N. de la R.) de que ya todo estaba legalizado y que el proyecto va porque va. Gracias a Dios, la gente estuvo de acuerdo en que no lo permitirían. Éramos pocos, pero luego nos unimos. Ya se han de acordar, compañeras, estos empezaron a subir diciendo que había proyectos que beneficiarían a todxs cuando no era así; la lucha continua”, señala Eloisa. Herica invita a continuar con los ensayos sin antes dejar de mencionar que “por eso es el coro: para compartir, para resistir”. Extracto de la recomposición de la canción “Resistencia Indígena” de Ángel Guaraca, escrita por el coro de las mujeres de la resistencia.
“Hace más de 20 años, carajo
Llegaron los de Elecaustro, carajo
Trajeron a sus compinches, carajo
Para robarnos el agua, carajo
Invadieron nuestros cerros, carajo
Quitando nuestros derechos, carajo
El gerente de Elecaustro, carajo
Destruyendo nuestra fauna, carajo
El 25 de enero, carajo
Nos cambiaron el futuro, carajo
Desde entonces son los mismos, carajo
Que nos roban el futuro, carajo”
El Coro de Mujeres Rurales es un proyecto que nació hace un par de años bajo la dirección de la Entidad Provincial de Equidad y Género. Se planteó como un espacio terapéutico, pero también de empoderamiento para las comunidades de mujeres, acompañado por músicos profesionales y llevado tanto a escenarios rurales como a teatros. El proyecto, que lamentablemente ha sido abandonado por las autoridades, era el hilo que unía a las mujeres del biocorredor del Yanuncay, que les permitía apaciguar sus preocupaciones y luchar contra el proyecto hidroeléctrico. “Recuerdo que mi mami iba al coro, y me parecía tan lindo y chévere que le diera más sentido a su vida. Hasta cantaban la canción ‘Vivir sin miedo’, de Vivir Quintana. Me encantó tanto y entonces quise cantar”, cuenta Fer. Así como ella, las demás integrantes del Coro de la Resistencia cuentan sus primeras veces. Mayra señala que su historia es parecida: “Un día decidí ir a ensayar; ahora practicamos, intercambiamos ideas con las profes y con las participantes. Aunque no tengamos la técnica, tenemos la vocación de cantantes y con la práctica iremos cantando”.
Entre sus presentaciones hay una en especial que no olvidan: “La primera vez que participamos con la orquesta sinfónica fue en verdad increíble, porque nunca me imaginé estar cantando así. Han sido experiencias enriquecedoras y es una forma de expresar cómo nos sentimos”, señala Mayra. En esta actuación pudieron presentarse con la cantata “Boletín y elegía de las mitas”, una obra del poeta y narrador cuencano César Dávila Andrade que refleja la lucha y resistencia de los pueblos indígenas. Luciendo sus mejores polleras y compartiendo con otras mujeres rurales del Azuay, su presentación provocó lágrimas y emociones desbordadas a todo un teatro en la ciudad de Cuenca.
Son las 9:30 p.m. y el frío se siente menos. Volvemos a beber un poco del agua de flores. Fer interrumpe las conversaciones y pone en la mesa la consulta de qué canciones les gustaría cantar a futuro. Doña Mari menciona: “Yo le canto de todo corazón la ‘Aleluya’, esa me da mucha paz”; Fer por su parte enfatiza sobre la canción ‘Vivir Sin Miedo’ diciendo: “Es para mí un ejemplo de una sola lucha y me encantaría seguir cantando en kichwa.” Al costado de la carpa, Doña Rosa canta un pequeño extracto de la canción “La bocina” e indica: “Es que es música del campo mismo, esa me encanta”. Mayra interrumpe el canto y señala: “Compañera, es que cada canción que cantamos representa nuestra alegría, nuestra nostalgia, como la “Vasija de barro”. Herica se acerca a cada mujer y recoge un par de centavos para continuar ahorrando para el pago de una profesora de canto.
El Coro de Mujeres de la Coordinadora de Comunidades Ancestrales de San Joaquín ha retomado el proyecto para que permita a más mujeres unirse a la resistencia y seguir. Ya no cuentan con el apoyo financiero que solían recibir. Entre sus sueños está compartir con coristas de toda Sudamérica, con otras mujeres resistiendo. “Yo me sentiría satisfecha porque por ejemplo nosotras somos un grupo bastante diverso y nos compaginamos bien. Esto me ayuda a estar en sintonía con mi comunidad. Estoy aquí porque soy ancestral, pese a que me eduqué en la ciudad también”, menciona Herica y luego continúa: “Quisiera ver que otras chicas del campo que migraron a la ciudad, verlas cantando y sobre todo resistiendo en la lucha. Así inspiramos a más mujeres, porque si nosotras somos capaces, ellas también lo son”.
En esa intención de organizarse y mantenerse en la vigilia por impedir la construcción del proyecto hidroeléctrico, que siembra más dudas que certezas sobre su verdadero propósito, han comenzado una campaña de recolección de fondos para los costos de la profesora de canto. Al momento, hacen un llamado a las comunidades locales e internacionales para su ayuda.